Tres hombres corpulentos encerrados en un espacio minúsculo de tan solo un metro y medio cuadrado. Metidos allí durante 27 largos días. Navegando bajo el agua, respirando humedad y frío todo el tiempo. Sin apenas espacio para moverse. Turnándose para dormir sobre unos fardos en la bodega del sumergible en el que viajaban.
El batiscafo no tenía sistema de evacuación, así que hacían sus necesidades en una bolsa. Se alimentaban con latas en conserva, bollería industrial, barritas energéticas y latas de Red Bull, para mantenerse despiertos. Tenían llagas en la piel, provocadas por los trajes de neopreno impregnados de agua y grasa que llevaban puestos todo el tiempo. Y solo seis estrechas ventanas para mirar al exterior.
Esos tres hombres atravesaron entre octubre y noviembre de 2019 el océano Atlántico, recorrieron más de 3.500 millas náuticas entre Brasil y Europa a bordo de un pequeño y precario submarino artesanal fabricado con fibra de vidrio. Un cacharro que no disponía de grandes dispositivos electrónicos para la navegación. Tan solo estaba equipado con teléfonos satelitales convencionales, una brújula acoplada al salpicadero y un compás.
En ese sumergible soportaron temporales terribles, olas pavorosas, averías de todo tipo y a punto estuvieron en una ocasión de ser arrollados por un barco. Varias veces pensaron que iban a morir.
Su objetivo era llevar a Europa una carga de 3.068 kilos de cocaína en ese sumergible y cobrar por sus servicios. Y a punto estuvieron de lograrlo. Durante varios días consiguieron burlar a los servicios policiales y de inteligencia especializados en narcotráfico de varios países. Pero al final perdieron la apuesta.
Una operación policial bautizada «Marea Negra», que pasará a la historia por haber apresado el primer narcosubmarino que llegaba a Europa desde América Latina, desbarató sus planes y concluyó con la detención de esos tres hombres.
Ahora acaban de ser juzgados en España. Se han declarado culpables, aunque ninguno de ellos ha querido colaborar con la justicia por miedo a que la organización de narcotraficantes que envió la droga y aquella a la que iba destinada pudieran tomar represalias contra ellos o sus familias. En breve se espera que salga la sentencia. Cada uno de ellos puede ser condenado a pasar en prisión entre 12 y 13 años de cárcel.
«Operación Marea Negra», un libro escrito por el periodista Javier Romero y publicado por Ediciones B, rememora ahora con detalle la increíble travesía de esos hombres que durante 27 días, y conviviendo con la inmundicia, trasladaron a ras de agua más de 3.000 kilos de cocaína en ese narcosubmarino. El libro, que recoge testimonios de policías, jueces, especialistas y testigos del suceso, traza con detalle la crónica de «Che», como fue bautizado el sumergible. Un sumergible diseñado para poder navegar con la mayor parte del casco sumergido, desplazándose a ras del agua y haciéndose así invisible entre las olas.
La tradición de los narcosubmarinos arrancó en Colombia en los años 90, de la mano de exmilitares e ingenieros de la antigua URSS. El precursor fue Pablo Escobar, quien nunca ocultó que en su flota marina había dos de esos submarinos.
«Ahora son bastante habituales: cada año se interceptan en Colombia entre 30 y 40», asegura a BBC Mundo Javier Romero. «Y aunque numerosas informaciones policiales de expertos en narcotráfico señalaban desde hacía tiempo que los traficantes de droga estaban utilizando submarinos para cruzar el Atlántico, nunca hasta que se interceptó a «Che» se había conseguido apresar a ninguno», añade.
«Che» fue construido en un astillero clandestino en el Amazonas. El encargo de pilotarlo recayó en un excampeón de boxeo español y experto marinero llamado Agustín Álvarez. El resto de la tripulación lo componían dos primos ecuatorianos, también marineros: Luis Tomás Benítez Manzaba y Pedro Roberto Delgado Manzaba.
«El precio acordado por los Manzaba era de 5.000 dólares por adelantado para cada uno y, si salía todo bien y la misión finalizaba con éxito, 50.000 dólares más por cabeza. A Agustín Álvarez no se sabe cuánto le iban a pagar, pero fuentes policiales estiman que entre 400.000 y 500.000 dólares», señala el autor de «Marea Negra». El Ministerio del Interior español, por su parte, calcula que el precio de la cocaína que trasportaba el narcosubmarino ascendería a 123 millones de euros.
Una vez cargado con 3.068 kilos de cocaína procedente de Colombia, distribuidos en 152 fardos, la noche del 29 de octubre de 2019 los tres tripulantes soltaron amarras y «Che» inició su viaje.
Primero navegaron río abajo por el Amazonas durante 12 horas, abriéndose paso entre la humedad, los mosquitos, los manglares y la exuberante vegetación. No se descarta que alguna embarcación les hiciera de punta de lanza, abriendo paso al narcosubmarino y evitando así que pudiera colisionar con alguno de los miles de troncos de todo grosor que flotan sobre la superficie del Amazonas hasta salir al océano Atlántico.
A pesar de que «Che» no llevaba radar ni sistema automático de identificación ni radiobaliza ni nada que se le pareciera, todo iba bastante bien. Hasta el 5 de noviembre de 2019, octavo día de travesía, cuando llegaron los primeros nubarrones. «El buen tiempo se fue para no volver, los abandonó indefensos a su suerte. La siguiente vez que vieron brillar el sol, sobre cielo azul, fue mientras paseaban en el patio de la prisión gallega de A Lama», sentencia Romero.
A partir del 7 de noviembre, y hasta que el submarino llegó al punto acordado, tres fuertes temporales se cebaron, uno detrás de otro, contra «Che», deteriorándolo tanto que a punto estuvo de hundirse y obligando a sus tres tripulantes a vivir una auténtica pesadilla que duró ocho largos días. Sólo el 14 de noviembre el tiempo les dio un respiro.
Pero, al menos, los tres tripulantes del «Che» no habían sido encerrados en el narcosubmarino, como al parecer ocurría antes cuando estos sumergibles cruzaban el Atlántico cargados de droga. «Cerraban la escotilla por fuera con candados, u otro sistema, para que sólo se abriera al llegar al destino. No daban más opción a los tripulantes que terminar el viaje para sobrevivir. Eso o la muerte. Lo hacían por la desconfianza que había antiguamente con los receptores en Galicia, por si robaban mercancía», ha declarado a las autoridades españolas uno de los tripulantes del «Che».
Diecisiete días después de zarpar, y tras surcar aguas atlánticas a lo largo de 4.931 kilómetros, «Che» logró finalmente superar la principal meta del viaje: las islas Azores.
Desde ahí, los tres tripulantes pusieron rumbo al norte para llegar a las coordenadas pactadas en las que se haría el desembarco de la droga: 38º 14’47.4″; 14º52’01.1″. «Che» consiguió llegar a ese punto preciso, a 270 millas en línea recta de Lisboa, si bien bastante malogrado. Pero flotando y con su tripulación aún viva. Aunque, para entonces, la humedad y la mala alimentación prolongada ya habían causado mella en la salud de sus tripulantes.
Sin embargo, en la zona marcada en el mapa, en el lugar pactado para desembarcar la cocaína, nadie salió al encuentro de «Che». Desde hacía algún tiempo, en algún punto de la costa de Portugal había dos lanchas go fast -planeadoras diseñadas y equipadas únicamente para traficar grandes cantidades en el menor tiempo posible- preparadas para recoger la droga. Pero una de ellas sufrió un problema mecánico y no pudo zarpar.
La organización de narcotráfico, según la información recabada por la policía española, dio entonces instrucciones a la tripulación del «Che» para que navegara hacia Galicia, de donde es originario Agustín, el piloto. «En Galicia hay asentado un importante negocio de ‘narcolancheros’ que se dedican a hacer desembarcos de droga», apunta Javier Romero. A su vez, y visto que había fallado el plan inicial puesto en marcha por los profesionales del narcotráfico, Agustín decidió poner en marcha un Plan B y recurrir a dos amigos de infancia.
Para entonces el Centro de Análisis y Operaciones Marítimas en materia de Narcotráfico (MAOC-N) ya estaba al tanto de que había una embarcación con varias toneladas de cocaína. Medios aéreos y marítimos se lanzaron en su búsqueda, pero no lo encontraron. Buscaban un pesquero, un velero, un buque de carga… Pero no un semisumergible. La investigación en España recuerda que «una patrulla de la Armada de Portugal y medios aéreos estaban sobre las coordenadas en tiempo real y no eran capaces de detectarla».
Las gestiones realizadas por la organización de narcotraficantes para desembarcar la cocaína no dieron resultado. Aunque mandaron un pequeño buque al sur de la llamada Costa da Morte, en Galicia, para tratar de recoger la mercancía, la Guardia Civil española había conseguido información, y un helicóptero y una embarcación se posicionaron en la zona en la que se iba a hacer el desembarco de la droga. El pequeño buque, al verlo, decidió no llevar a cabo la maniobra. Y el mal estado del mar permitió que el sumergible no fuera detectado.
Desesperados, sin comida ni agua potable, los tripulantes del «Che» decidieron entonces dirigir el narcosubmarino a la más pequeñas de las llamadas Rías Baixas, una zona de la costa gallega. En concreto, a la ría de Aldán, donde el piloto del «Che» pasaba de niño los veranos y que conocía bastante bien. «Con gran pericia, porque se trata de una zona complicada para la navegación, Agustín consiguió meter el submarino en esa ría y lo posicionó frente a una cala con unos 8 metros de profundidad», explica Javier Moreno.
En la madrugada del 24 de noviembre, la tripulación del «Che» abrió la espita y el agua comenzó a entrar en «Che» hasta hundirlo. Los tres tripulantes saltaron al agua, con la idea de volver a recoger la droga más tarde. Pero no hubo ocasión. Luis Tomás Benítez Manzaba fue detenido en la misma playa. Su primo, Pedro Roberto Delgado Manzaba, cinco horas después en una carretera cercana, con las manos abrasadas de manipular el narcosubmarino. El capitán, Agustín, fue apresado cinco días después en una casa cercana en la que se ocultaba.
«Al comprobar aquella precariedad y ausencia de espacio, resultó asombroso que lograran llegar vivos a España», en palabras del sargento Basante, el primer policía en pisar el narcosubmarino. «Yo también he estado dentro de «Che» y la sensación de claustrofobia era enorme. Estar allí durante 27 días debió de ser una auténtica tortura psicológica para la tripulación», sentencia Javier Romero.
Los 152 fardos de cocaína fueron confiscados por las fuerzas de seguridad. Agustín y los primos Manzaba fueron llevados a prisión, y allí permanecen a la espera de que en breve salga su condena. También otras cuatro personas, los amigos con quienes contactó el piloto del narcosubmarino, han sido juzgados y están a la espera de que salga la sentencia.
Pero los dueños de la droga y los miembros de la organización de narcotráfico al que iba dirigida la cocaína siguen sin embargo libres. Y, probablemente, ya estén preparando otro envío.